ESCUELA
DE TRADUCTORES DE TOLEDO
La Escuela de Traductores de Toledo consistió en una serie de
iniciativas culturales desarrolladas desde su reconquista de esta
ciudad en 1085 por Alfonso
VI hasta su máximo esplendor cultural en tiempos de Alfonso X el Sabio.
El objetivo fue trasladar del arábigo al latín y al castellano todos los
textos sobre las disciplinas del conocimiento y del saber que los
islámicos habían aportado a la
España musulmana, en especial las ciencias; conocimientos que
permanecieron ignorados en la
Europa cristiana durante la Edad Media.
Toledo se había convertido en la
"Ciudad de las Tres Culturas", nombre con el que ha sido
bautizada gracias a que musulmanes, judíos y cristianos convivían con sus
propias costumbres y en relativa paz durante los siglo XI, XII y XIII. Gracias
a ello, surgió en el siglo XII la
Escuela de Traductores de Toledo, convirtiendo
a esta ciudad en un importante núcleo intelectual a nivel europeo.
Este descubrimiento transformó la vida intelectual al norte de los Pirineos.
Los eruditos islámicos aportaron valiosa información en los campos de la
medicina, botánica, geografía o farmacología, entre otras ciencias.
El arzobispo de esta sede, el
cisterciense francés, Raimundo de
Sauvetât, también canciller de Castilla durante 1126-1150, fue quien a
principios del siglo XII impulsó la traducción y la edición de las obras
arábigas. Su labor fue continuada por sus sucesores, especialmente por Rodrigo Jiménez de Rada (1170-1247),
nacido en Puente la Reina
(Navarra), y que había estudiado en París, introduciéndose posteriormente en la
corte de Alfonso VIII como cronista; componiendo Historia arabum, Historia hunnorum, Historia ostrogothorum,
Historia romanorum e
Historia gothica o De
rebus Hispaniae. El siglo XII es también el siglo de esplendor
de las filosofías árabe y judía, y el XIII el de las traducciones de los
comentarios de Averroes a Aristóteles.
Aquella iniciativa agrupó a muchos
traductores, pero no puede hablase de una escuela, porque los traductores no
estaban centrados en una institución concreta en la que hubiese una relación
profesional entre sus miembros, tratándose más bien de un movimiento. Los
europeos serán asesorados por mozárabes (cristianos que conocen el árabe y que
vivieron en Al-Ándalus), judíos y árabes. Son los pioneros del renacimiento
intelectual del XII.
El trabajo se
organizaba en equipo mediante una cadena de traducciones sucesivas. El
arzobispo encargaba a los mozárabes de Toledo, cristianos que entendían el
árabe, las traducciones del árabe al romance (al castellano antiguo), a su vez,
los clérigos de la catedral toledana, que conocían el latín, traducían del
romance al latín. Igualmente, los judíos de Toledo traducían del árabe al
hebreo y del hebreo al latín.
Durante la
segunda mitad del siglo XII, Domingo
Gundisalvo y su colaborador Juan
Hispano dirigieron la
Escuela de Traductores de Toledo, que adquirió fama
internacional, incorporándose el arabista italiano Gererdo de Cremona, los ingleses Daniel de Morlay, Alejandro Neckham y Alfredo de Sareshel, y otros como Abelardo de Bath o Rétines.
Las traducciones continuaron hasta
finales de este siglo y comienzos del XIII gracias a la labor de Marcos de Toledo, Rodolfo de Brujas, el italiano Platón
de Tívoli, o el escocés Miguel Scoto.
El filósofo segoviano Domingo Gundisalvo fue arcediano de su
ciudad natal, discípulo de Juan Hispano y del médico Ibrahim ibn Dawud. Juan
Hispano le enseñó árabe, por lo que tradujo la Metafísica de
Avicena, De anima de Avicena, Fons vitae de Ibn Gabirol, De intellectu de
Alkindi, Liber de scientiis de Alfarabi, Las tendencias o las opiniones de
los filósofos de Algaceletc; siempre en colaboración con Juan Hispano, que
traducía del árabe al castellano, y Gundisalvo del castellano al latín.
Gundisalvo fue el primer pensador occidental que sufrió la influencia de
escritos árabes, y agente decisivo en la incorporación de estos escritos al
mundo latino. Sus escritos principales fueron De divisione
philosophiae, De inmortalitate animae, De processione mundi, De unitate et uno
y De anima.
El maestro Juan Hispano o Hispalense fue un judío converso, de nombre Ibn
Däwüd. Fue autor de más de treinta y siete traducciones y obras originales.
Compuso un Tractatus de anima, el Liber de causis, el Liber de
causis primis et secundis, una física y una metafísica. Las doctrinas de
Avicena constituyeron el fondo de su doctrina.
Gerardo
de Cremona tradujo en 1175 el tratado de astronomía de Ptolomeo del árabe al
latín con el título de Almagesto. También un
tratado sobre algoritmos de Al-Jwarizmi, un Canon
de medicina de Avicena y obras de Aristóteles.
La fama de la ciencia musulmana fue
puesta de relieve por Daniel de Morley,
quien abandonó Inglaterra en busca de amplios conocimientos y se trasladó a
París, donde sólo encontró maestros vacíos. Allí supo que Toledo era el gran
foco difusor de conocimientos científicos de los árabes, y no dudó en marchar a
esta ciudad castellana para aprender de los mayores sabios del mundo.
Hasta muy entrado el siglo XII Aristóteles sólo era conocido por su Lógica
vetus y Lógica nova, y un siglo después Avicena y Averroes
difundieron sus obras de física, biología, zoología, psicología y política. A
través de la Escuela
de Traductores de Toledo penetró la cultura griega en Occidente: las obras de
Al Kindi, Al Farabi, Algacel, Aristóteles, Platón, Euclides, Galeno, Ptolomeo,
Alejandro de Afrodisia, Ibn Gabirol, Qusta ben Luca y Temistio.
Se tradujo la Fons
Vitae de Avicebrón, la metafísica de Avicena, las
matemáticas de Euclides, la astronomía de Ptolomeo, la medicina de Hipócrates y
Galeno. De igual manera se reciben saberes propiamente musulmanes como la
aritmética, el álgebra, la astronomía y la medicina de Raschid y Avicena. Con
estos autores no solo llegan obras, sino también el método, el razonamiento.
El 47% de las obras traducidas eran de
cálculo y cosmología; el 21% de filosofía; el 20% de medicina; un 8% de
religión, física y ciencias naturales, disciplinas que en esta época estaban
muy relacionadas; sólo un 4% de las traducciones se ocupaba de química y
ciencias ocultas, por eso Toledo fue también el centro cultural de la magia.
Posteriormente
aparecieron otras ciudades que se dedicaron a traducir textos del arábigo y del
judío al latín: Sevilla, Tarragona, Tudela, Burgos, Murcia, Tarazona, etc. Hubo
muchos traductores, muchas traducciones y un efectivo trasvase de la cultura
acumulada por el islam a la civilización cristiana.
En la región del Ebro Roberto de Kétène y Hermann el Dalmata tradujeron
el Corán al latín, a petición de
Pedro el Venerable, abad de Cluny. En Tarazona,
bajo la dirección del obispo Miguel, se tradujeron obras de astronomía,
matemáticas, astrología, alquimia y filosofía por Hugo Sanctallensis, Roberto
de Ketten, Herman el Dálmata, Pedro de Toledo y el sarraceno Muhammad.
Tudela, bajo el
reinado del navarro Sancho VI el Sabio, contaba con un importante grupo de
distinguidas familias judías por su cultura entre los que destacaron Benjamín de Tudela, Yehudá ha-Levi, Abraham ibn Ezra, etc., discípulos
de otros eruditos hebreos y contemporáneos de Maimónides. Tudela y Toledo
tenían relación antes y después de ser reconquistadas. En la
escuela tudelense estuvo uno de los traductores del Corán al latín, Roberto de Ketton, que presentó varias versiones de libros
árabes sobre álgebra, astronomía y alquimia.
En Burgos Juan Gundisalvo, de nuevo, el obispo García Gudiel, el
cristiano Juan González, y el judío Salomón tradujeron varias obras de Avicena.
Más tarde continuaron su labor en Toledo al ser nombrado arzobispo García a
finales del siglo XIII.
En Tarragona Hugo de Santalla tradujo obras de geometría, meteorología
y aritmética. También tradujo obras científicas Juan de Sevilla, y el monje
Gerberto de Aurillac, futuro papa Silvestre II, viajó a Córdoba para estudiar
en su madrasa (universidad) y
conseguir manuscritos árabes.
Es verdad que las obras de los
clásicos grecolatinos no habían desaparecido en la Europa medieval, pero
aquellas copias eran raras, pocas veces completas y con mucha frecuencia malas.
Por el contrario, el movimiento iniciado por Raimundo permitió una difusión
prácticamente generalizada del saber oriental en Europa. Y así fue como el
patrocinio de los reyes y obispos cristianos permitió dar un impulso cultural
sin precedentes.
Un solo ejemplo: el actual sistema
numérico formado por guarismos, así como los números cero e
infinito son de origen indio; fue un científico persa formado en
Bagdag, Al-Jwarismi, quien recogió
de los Indúes el sistema numérico decimal en su Libro de los guarismos;
ese libro fue difundido a su vez en el mundo islámico hasta Córdoba; en Toledo
fue traducido al latín por Gerardo de Cremona y desde esta ciudad fue difundido
por toda la Cristiandad
europea sustituyendo al sistema de números romanos.
Del mismo modo, el Canon de Avicena o el Arte de Galeno se generalizaron en las
universidades europeas.
El papel se usaba ya en la España del siglo XI,
introducido por los árabes, que a su vez lo habían tomado de China. El libro de
papel más antiguo que se conserva en Occidente es un misal toledano del siglo
XI.
Años más
tarde, durante el último tercio del siglo XIII el rey Alfonso X el Sabio impulsó una intensa actividad cultural. Toledo había
alcanzado uno de los periodos de mayor esplendor, convirtiéndose en la capital europea de la cultura.
Se trasladaron allí los restos de la
biblioteca de Al Hakam II, cuyos
fondos fueron traducidos. Para entonces, no sólo se traducía al latín sino de
manera definitiva también al castellano y al francés. Como ejemplo preclaro es
la obra árabe Libro de la Escala, que recoge una
serie de leyendas relativas a un viaje recorrido por Mahoma en el infierno y el
paraíso. Aquella obra fue traducida al castellano por Alfonso X antes de 1264,
y posteriormente por Buenaventura de
Siena, quien la tradujo al francés y al latín. Dante se inspiró en esta traducción al francés para establecer la
base argumental de su Divina Comedia.
Y no sólo se recopilaba y se copiaba,
sino que también se creaba mucha obra original en todas las materias (medicina,
filosofía, cosmografía, etc.). Un ejemplo eminente es el Libro de las Tablas Alfonsíes.
Alfonso X había mandado instalar un observatorio astronómico en el castillo
toledano de San Salvador; a partir de las observaciones realizadas, se
calcularon esas Tablas Alfonsíes, un completo tratado de Astronomía que todavía
tres siglos más tarde admiraría Copérnico.
Alfonso X el Sabio fue un rey de
huella muy discutible en lo político, pero como promotor cultural no tuvo
parangón: no había disciplina que no le interesara (las ciencias, la historia,
el derecho, la literatura); él mismo dirigió las traducciones y revisaba su
trabajo. Y, sobre todo, él fue quien impulsó las dos grandes compilaciones
historiográficas que la España
medieval nos dejó: la Estoria de
España y la Grande e
general Estoria.
El propósito de Alfonso X lo dejó
escrito: “Donde por todas estas cosas,
yo, don Alfonso, después que hube hecho juntar muchos escritos y muchas
historias de los hechos antiguos, escogí de ellos los más verdaderos e los
mejores que supe; e hice también hacer este libro, y mandé poner en él todos
los hechos señalados tanto de las historias de la Biblia como de las otras
grandes cosas que acaecieron por el mundo… Todos los grandes hechos que
acaecieron por el mundo a los godos y a los gentiles y a los romanos y a los
bárbaros y a los judíos y a Mahoma, a los moros de la engañosa fe que él
levantó, y todos los reyes de España, desde el tiempo en que Joaquín casó con
Ana y que Octavio César comenzó a reinar, hasta el tiempo que yo comencé a
reinar, yo, don Alfonso, por la gracia de Dios, rey de Castilla.”
De manera que la llamada Escuela de
Traductores de Toledo, que en realidad no era una escuela sino un movimiento de
cultura promovido por los reyes cristianos y por los obispos durante la Reconquista, consiguió
enriquecer la cultura Occidental al incorporar los conocimientos que los árabes
habían copiado y conservado de otros, aportando los suyos propios.
A lo largo de toda la Edad Media el núcleo
urbano fue aumentando, adquiriendo en el siglo XIV el Privilegio de Ferias y
pasando a ser, un siglo después, una de las principales productoras de Castilla
de paños, actividad que se sumó a las ya existentes de acuñación de moneda,
fabricación de armas e industria de seda. El colectivo que más ayudó a dicho
desarrollo económico fue el de los judíos.
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